La historia del valle de
San Buenaventura
Al menos quinientas generaciones de seres humanos han caminado, cazado, sembrado y contemplado este valle y el paisaje del lago y sus volcanes
Los humanos hemos caminado estas tierras desde hace al menos 15.000 años. En los últimos 12 mil años ocupamos Nimajay, el refugio rocoso en la ladera de la montaña que hoy es un importante lugar sagrado. Y en los últimos 3 a 4 mil años hemos cultivado estos valles con milpas y recientemente con café y cultivos comerciales.
Son escasos los registros históricos del pasado lejano. Los más antiguos son los Anales de los Xahil, Memorial de Tecpán-Atitlán o Memorial de Sololáque se refieren a la llegada de los pueblos guerreros procedentes de los valles centrales de México en el siglo XIII. Según el Memorial de Tecpán-Atitlán, esta migración afianzó la presencia de ciudades-estado y asentamientos dispersos de los k’iche’s, los kaqchikeles y los tzu’tuhiles en el Altiplano.
El Lienzo de Quauhquechollan del siglo XVI nos relata la historia de las conquistas realizadas por el ejército español liderado por Jorge de Alvarado, guiado y conquistado por los quauhquecholtecas que invadieron el territorio que hoy llamamos Guateala. Durante milenios, los grupos humanos han dejado huellas profundas en el entorno y han transformado el paisaje reduciendo la biodiversidad y, más recientemente degradando la calidad de las aguas del lago.
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A comienzos del siglo XVI, los invasores españoles encontraron pequeños poblados a las orillas del lago. Para ese entonces, los fértiles valles y los lugares propicios para la agricultura eran utilizados sin mayor impacto en los bosques y sin generar mayor erosión. La descripción de Panajachel como un “vergel” lleno de árboles frutales y campos de cultivo da una idea del uso de la tierra en aquel tiempo. Para ese entonces existía también un poblado en el valle de San Buenaventura, pero a comienzos del siglo XIX, en antiguas escrituras se afirma que los terrenos del valle “corresponden al Estado en razon (sic) de haberse extinguido completamente la población de San Buenaventura.” Según contaba Don Moisés Rivera Soto (1888-1970), años antes de la Independencia y por mandato real, Don Rafael de la Torre, un hijo de un prestante cura de la Corte española, llegó a posesionarse de estas tierras.
Consta en las escrituras de 1836, que don Rafael hizo titular el “terrenos baldío” de San Buenaventura, a lo que se opusieron “los alcaldes, principales y demas comun (sic) del pueblo de San Francisco Panajachel.” Allí, al decir de los vecinos de Panajachel, ellos tenían sus “siembras para pago de mirar, manutención de nuestro Padre cura y demas urgencias y necesidades del pueblo”. Eventualmente, como resultado del conflicto de intereses, Don Rafael murió a manos de sus opositores.
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Para 1857, el valle de San Buenaventura “está sembrado de caña y tiene competente máquina de moler y oficinas necesarias a la labor de ella”. El comercio de panela era de tanta importancia que la punta occidental de la bahía (“recodo de la laguna de Panajachel” también conocido como Ka’ibal o Gran Mercado pués allí estaba el antiguo pueblo de San Jorge) servía de embarcadero para la panela proveniente de los trapiches de la costa que era vendida en los mercado de Sololá y de Chichicastenango.
Para la década de 1880, el intenso comercio existente llevó a que se introdujera el primer barco de vapor que hubo en el lago. Sus voraces calderas fueron parcialmente responsables de la primera gran deforestación de las orillas del lago.
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No obstante, las actividades agrícolas cambiaron y para 1881, las “oficinas” de San Buenaventura constaban de “un molino de trigo, almacenes, casa de habitación, sus cementeras, aguas, usos y costumbres.” En estas fechas, el molino se “vende con toda la maquinaria, sus útiles, y sus herramientas y los costales existentes…”
Durante el siglo XIX hubo varios molinos en la región y al menos dos de ellos se encontraban en la hacienda de San Buenaventura. Uno de ellos, el Molino Buenavista, del cual quedan sus grandes cimentos en forma de bóvedas en la parte alta de la propiedad, aprovechaba la corriente que luego caía por la catarata de San Buenaventura.
Las labores de los molinos de trigo requirieron menos mano de obra y fue sólo con la transformación del valle en cafetal en 1929 que se volvió a intensificar el uso de la mano de obra en la antigua hacienda. Para la cosecha, San Buenaventura dependía de trabajadores que venían de lejos. Algunos de estos caminaban desde pueblos vecinos a Santa Cruz del Quiché en donde habían incurrido en “obligaciones” al usar las tierras que el patrón tenía en esos lugares. La vieja ranchería, hoy convertida en casas para visitantes a la entrada del antiguo casco de la finca, es testimonio de las últimas poblaciones indígenas que habitaron el valle.
En 1972 comenzó a funcionar el Hotel Atitlán y se inició la llegada de muchos visitantes. En 1989 se abrió al público el Hotel San Buenaventura de Atitlán con una visión de mínimo impacto ambiental. Es con esa orientación hacia la sustentabilidad, que la Reserva natural Atitlán se inició con el mariposario en 1995, abrió su primer centro de visitantes en 1997, inauguró los puentes colgantes de la catarata en 1999 y el nuevo Centro de visitantes en los primeros días del 2001. Para el 2006 puso en marcha los Cables X–Tremos, cuatro años más tarde los Ultras y en el 2019 los BiciCables. En el 2008 se tuvo el primer evento en el auditorio y el Mariposario en el Geodomo y su laboratorio de la metamorfosis funciona desde el 2013. Después de la pandemia del Covid se amplió la cocina y en el 2023 el restaurante.
Esta breve historia de la ocupación humana del valle insinúa que durante milenios existió un equilibrio dinámico entre lo que se sacaba de la tierra y lo que se le devolvía y aparentemente no hubo alteración irreversible de los ciclos biológicos. Sin embargo, a partir de una ocupación estacional recolectando frutos de la tierra, pescando y cazando, la gente se vio obligada a intensificar el uso de los recursos y a asentarse permanentemente en un lugar. La vida material de los habitantes fue cambiando lentamente hasta que la economía de mercado impulsó cambios acelerados y actualmente han aparecido claros signos de deterioro ambiental: degradación de la calidad del agua, desaparición de bosques y especies animales, invasión de basura y cambios climáticos, entre otros.